El lecho de lirios de Isabella Valency Crawford

Isabella Valency Crawford (1850-1887), poeta estadounidense.

EL LECHO DE LIRIOS

Su bote de cedro, perfumado, rojizo,

fue hacia abajo en un lecho de lirios.
Envuelto en una pausa de oro estaba
entre los brazos de una apacible bahía.
Temblaba solo en su barca de corteza
mientras los lirios rompían con certeza
el inmóvil cristal de la marea
hiriendo la frágil proa de madera.
O cuando cerca de las finas plantas
levanta sus afiladas escamas de plata.
O cuando en el viento frío y sonoro
cae la libélula envuelta en oro.

Y todas las joyas y las enormes aguas

en anillos cantan en sus alas;
o como el alma ardiente y alada
que de la oscuridad desciende en llamas
sobre la fría ola, como el bálsamo
que por un gran espíritu es derramado.
El alma vuela en libertad y el silencio se aferra
a las horas inmóviles, como cuelga la Tierra,
cortando la oscuridad, en los árboles
enterrados a medias hasta las rodillas.
Se sentó en su quietud de plácidas hojas
aferrado a sus sombras, doradas y rojas,
y sobre el suelo cóncavo, como una espiga
cayó el rostro sobre luces ambarinas.

Orgullosa y valiente espuma de madera,

perla brillante, doncella ante la marea.
Y el tuvo que cantar de su alma el amor
con la voz del águila y el dolor-
En lo alto, fuertes pinos fueron hechos de su lengua,
sus labios florecieron suaves en la sombra de la tormenta,
besando los femeninos pétalos, plateados despojos,
como lirios blancos en un íntimo arroyo.
Hasta hoy, él permanece ahí, en reposo,
su alma pintada en ella, descanso glorioso.
Una isla entre dos azules no se derrite
una gota de rocío en la costa
se alza como un crepúsculo púrpura
sobre la vasta arena durmiendo bajo el cielo.
Su bote de cedro, perfumado, rojizo,
fue hacia arriba en un lecho de lirios.

Todas las flores, todos los lirios

en la luz de la tarde la corteza agitaron,
sus labios frescos rodearon la aguda proa,
sus caricias suaves treparon por los flancos,
con labios y senos tejieron su bóveda,
robando a sus ojos la noche estrellada;
con mano dorada ella tomó el cabello
de una nube roja, hasta su planicie de azur.

Furtivo, el dorado atardecer fluyó

un viento frío de su cuerpo escapó.
Aceptaron lo alto, los árboles oscuros,
y los bajos lirios que cubrían todo.
Su bote de cedro, perfumado, rojo,
escapó lejos de su lecho de lirios.