Sinclair Lewis (1885-1951) era uno de esos típicos escritores que nacen en algún lugar de Estados Unidos, van a Yale, se diploman, y se dedican a recorrer el país. Escriben poemas y algunos cuentos para revistas, publican su primer libro en el que se les nota el talento, pero que no aporta mucho. Y, por supuesto, se convierten en borrachos. Lewis llenó los requisitos y llegó más lejos que otros.
Escribió una aceptable cantidad de novelas, pero, sobre todo, una de ellas lo hace merecedor a
los elogios: Babitt, publicada en 1922.
La
historia en Babbit es bastante simple; un tipo cualquiera, de clase media,
dedicado a los negocios, conservador, lleno de contradicciones. Nada que
parezca un argumento de un buen libro. Sin embargo, Lewis, con un lenguaje claro
y preciso, una feroz ironía, un sarcasmo contante (típicos de su escritura),
convierte al personaje en un prototipo del estadounidense promedio y lo
aniquila.
Sinclair
Lewis no fue un escritor más, sino uno de los más importantes de la literatura
del siglo 20. Le dieron el Pulitzer de literatura, pero lo rechazó. Le
insistieron para que aceptara el Nobel y accedió. No le quedaba más remedio.
Era el primer escritor estadounidense en obtenerlo.